De hecho, la inflación es también conocida como el impuesto silencioso, por su capacidad para mermar el poder adquisitivo de los individuos, lo que repercute en su capacidad de compra y de ahorro. O lo que dice el BCE: con el impacto de la inflación, cada euro vale menos que antes.
Por este motivo, la vigilancia de la estabilidad de los precios es el mandato principal de los bancos centrales. Éstos utilizan como instrumento principal para el control de los precios – aunque no el único, como hemos podido observar en la última década- los tipos de interés, que sirven para delimitar cuál es el precio de referencia del dinero y así actuar como ancla para fijar los precios. Según la definición proporcionada por el Banco de España (BdE), la estabilidad de los precios es “una situación en la cual, en promedio y a medio plazo, los precios ni suben ni bajan, de modo significativo”.
En el momento en que los precios empiezan a subir descontroladamente, rompiendo con la estabilidad de los precios, podemos hablar de hiperinflación. Una inflación excesiva no solo merma extraordinariamente el poder adquisitivo de los individuos, sino que en último extremo puede conducir a situaciones de crisis y estrés social si la autoridad monetaria correspondiente no consigue someterla a su control. La Historia está plagada de ejemplos del impacto pernicioso de la hiperinflación, desde la tasa récord del 100 000 % que registró Zimbabue en 2008, durante la que un dólar de Estados Unidos llegó a intercambiarse por 30 millones de dólares zimbabuenses, a la más reciente tasa del 1.370% vista en Venezuela en 2017.
Alemania como caso de estudio
Debemos remontarnos un siglo atrás para dar con el caso de hiperinflación más estudiado de la Historia, el producido en Alemania entre 1921 y 1923. El detonante fue la exigencia de elevadas cantidades de dinero a la República de Weimar como parte de las reparaciones de guerra firmadas en el Acuerdo de Versalles. Alemania llegaba en una situación de deterioro de las arcas públicas como resultado de la I Guerra Mundial, pero arrastraba del periodo anterior el uso de papel moneda que no contaba con el respaldo del patrón oro, por aquel entonces muy extendido.
Desde el momento del primer pago de las reparaciones se inició un proceso de devaluación exponencial del marco alemán que provocó una serie de actuaciones del gobierno de la República para intentar frenar su impacto sin éxito, desde la adquisición de divisas mundiales a la subida de los tipos de interés, las modificaciones del tipo de cambio y, eventualmente, el abandono de la moneda en favor del trueque en los momentos más agudos de la crisis.
Durante esos dos años la moneda experimentó una depreciación tan fuerte que se disparó en hasta dos millones el coste de la vida. Esto provocó un fuerte repunte en los precios de productos y servicios, incluyendo bienes y alimentos de primera necesidad, y la pérdida del patrimonio de aquellos que habían conservado sus ahorros de años anteriores. Valgan como ejemplo de lo vivido hace cien años las memorias del escritor Stefan Zweig, que recogidas en su libro El mundo de ayer:
“Viví días en que por la mañana tenía que pagar cincuenta mil marcos por un periódico y, por la noche, cien mil; quien tenía que cambiar moneda extranjera repartía la operación en horas diferentes, porque a las cuatro recibía multiplicada por X la suma que le habían dado a las tres, y a las cinco obtenía de nuevo un múltiplo de la que había recibido sesenta minutos antes (…) Se pagaba el billete del tranvía con millones; hacían falta camiones para transportar billetes desde el Banco Nacional a los demás bancos y al cabo de una semana se encontraban billetes de cien mil marcos en las alcantarillas: los había tirado con menosprecio un pordiosero”.
La crisis terminó solucionándose con un borrón y cuenta nueva, la emisión de una nueva moneda por parte de la República, pero su impacto ha llegado incluso a nuestros días, como se puede reflejar en la reticencia histórica que ha mostrado el Bundesbank desde 2008 a la aprobación de medidas de política monetaria heterodoxas, como los conocidos como QE o rondas de estímulos cuantitativos.
¿Cómo combatimos a la inflación?
Sin llegar a tales extremos, el impuesto silencioso que es la inflación también impacta lenta, pero inexorablemente, sobre el patrimonio de los pequeños ahorradores más conservadores, aquellos que, como se dice coloquialmente, prefieren tener el dinero guardado “bajo el colchón”. En un contexto en el que los depósitos ya no dan las remuneraciones de antaño, mantener el dinero en esta clase de vehículos o en cuentas corrientes durante largos periodos de tiempo supone que, a la larga, cada euro guardado valga menos.
La alternativa consiste en la búsqueda de herramientas que permitan mantener nuestro poder adquisitivo, mediante inversiones con las que, por lo menos, batir a la inflación (recordemos que el objetivo de inflación del BCE se encuentra actualmente por debajo, pero cerca del 2%). En este nuevo mundo en el que los individuos tienen que entrar en las procelosas aguas de la inversión, no siempre disponiendo de la formación adecuada para entender en qué invierten, una buena opción para iniciarse es recurrir al asesoramiento financiero para obtener orientaciones sobre en qué instrumentos poder invertir en función a la tolerancia al riesgo de cada individuo.
Una de las fórmulas que mejor han funcionado en los últimos años ha sido la creación de carteras de inversión que invierten de manera diversificada en una serie de activos a través de una selección adecuada de fondos. En Miraltabank ofrecemos tantas carteras como perfiles de inversor. Puede consultar más sobre nuestro servicio de gestión patrimonial a través de este enlace.