A punto de encarar el último trimestre de este complejo 2022, los mercados financieros siguen imbuidos en un entorno de elevada volatilidad. El reconocimiento oficial por parte de la Fed desde Jackson Hole, que reducir la inflación y conseguir un aterrizaje suave de la economía (soft landing) va a ser improbable, no ha sentado bien a los inversores que continuaban confiando en el cada vez más surrealista discurso de su presidente. Y es que con cada subida de tipos que ha ido realizando la Fed, el mensaje de tranquilidad que transmitía Jerome Powell dibujando un aterrizaje suave, causaba el resultado opuesto al perseguido: endurecer las condiciones financieras.
Finalmente, Powell ha tenido que claudicar y admitir que la Fed va a seguir restringiendo las condiciones financieras hasta que consiga enfriar la economía y un nivel de desempleo más alto (frenando así la temida transmisión de la inflación a salarios), lo cual afectará negativamente a empresas y consumidores. Esto ha llevado al mercado a borrar las bajadas de tipos que tenía previstas para comienzos de 2023, y a redibujar un panorama en línea con el mayor endurecimiento del precio del dinero que se recuerda. Lo cual ha debilitado a prácticamente la totalidad de activos financieros, que vuelven a presentar elevadas correlaciones, como ya sufrimos en 2008, 2018 y 2020.
Esto ha causado el retorno de la volatilidad en renta fija a niveles no sufridos desde la Crisis Financiera Global del 2008, distorsionado los mercados de capitales globales y estresándolos hasta un punto que pone en entredicho la estabilidad financiera, principal mandato de los Bancos Centrales. Es en este entorno tan adverso donde la concesión de crédito se evapora, impactando de lleno a empresas y consumidores. Y es que, tras dos lecturas del PIB en negativo en EE.UU., el mayor endurecimiento de las condiciones monetarias de la historia moderna (teniendo en cuenta el nivel de endeudamiento y el punto de partida en tipos), es inevitable que frene de golpe al consumidor americano: endeudado a niveles récord y cuya pérdida de poder adquisitivo y salarial causará una mayor y más intensa contracción de la actividad económica e inflación que las descontadas.
Es por ello por lo que los elevados niveles de tipos actuales no serán sostenibles por mucho tiempo. Con tipos hipotecarios a 30 años por encima del 7%, préstamos al consumo por encima del 10% y tarjetas por encima del 18% (cuyo balance ha crecido a la escalofriante cifra del 13% anual), el consumidor americano tiene irremediablemente los días contados. Esta presión en los tipos a corto plazo está provocando que los tipos a largo se comporten de una manera disfuncional en países como Reino Unido y Japón, donde sus Bancos Centrales se han visto obligados a actuar para intentar recuperar la estabilidad financiera. Es por ello por lo que en este entorno hemos de continuar apostando por la calidad e ir extendiendo duraciones paulatinamente, a pesar de la volatilidad en el corto plazo, y aprovechar así las elevadas dispersiones y tipos de interés que presenta el mercado. Además, diferentes factores técnicos como veremos más adelante harán que una vez el mercado intuya el pico de la inflación, se produzca una recuperación igual de rápida e intensa como lo fue la caída en el precio de los bonos.